Marek Hlasko (1934-1969) fue
conocido como el James Dean comunista, pero su relación con la Polonia que le
tocó vivir está repleta de giros espectaculares que lo llevaron de ganarse la
vida conduciendo camiones a recibir los mayores reconocimientos artísticos para
después verse obligado a emigrar. Y es que su visión desoladora y cínica de los
años de posguerra fue tachada de exageradamente pesimista, algo que nunca
estuvo dispuesto a cambiar ni a maquillar para ganarse el favor ni el afecto de
nadie.
El contexto:
Desde 1951, Marek Hlasko trabaja
como camionero en Varsovia, pero una poderosa inclinación por la literatura,
así como un carácter fuerte y franco, lo llevan a convertirse en el protegido
de algunos mandamases de la Unión Literaria Polaca, que de la noche a la mañana
lo convierten en el escritor ídolo y portavoz de una mayoría oprimida por las
fuerzas soviéticas. PERO, las autoridades polacas solo estaban dispuestas a
tolerar cierta rebeldía inconformista, aquella que se dejara guiar
completamente, cual perro con correa, por las consignas del Partido.
En 1956 tuvo lugar el llamado
Otoño Polaco. Se refiere al cambio en la política interna polaca que se dio en
la segunda mitad de ese año. Varios factores propiciaron este cambio: la muerte
de Stalin en 1953 y la consecuente desestanilización del Bloque del Este; la
muerte de Boleslaw Beirut, el líder comunista polaco, en 1956, debilitó también
significativamente a la facción estalinista de línea dura en Polonia; además,
las protestas de los trabajadores en Poznán (que inauguraron las masivas
manifestaciones llevadas a cabo por el pueblo polaco contra el gobierno
comunista de la República Popular de Polonia y en las que pedían mejores
condiciones de trabajo) fueron un hito importante en el camino hacia la
instalación de un gobierno polaco con menor control soviético.
Y Hlasko, embriagado de
radicalismo entusiasta (tenía entonces 22 años) y de un impulso creativo
inquebrantable, no encajó dentro del modelo de rebeldía controlada que el nuevo
gobierno de Wladyslaw Gomulka deseaba, y aquellos mismos que en un principio
habían visto en él a la gran promesa de la nueva literatura polaca – otorgándole
incluso en 1958 el Publisher’s Award por su autenticidad y su ruptura con las
convenciones del Realismo Socialista – pocos meses después lo calumniaron y
degradaron hasta el punto de que Arthur Sandauer, el más influyente de los
críticos afines al Octubre Polaco, dijo de él:
“… muestra a todas las mujeres
como putas y a todos los hombres como tipos duros; todo el mundo sufre la peor
suerte y todos los dolores, del alma y del cuerpo, son tratados a base de
vodka… peca de un pesimismo exagerado.”
La respuesta de Hlasko fue
rotunda:
“No fui yo el creador de esa
Varsovia llena de gente asustada; no fui yo el creador de esa Varsovia en la
que una botella de vodka es el mayor tesoro para los más pobres; no fui yo el
creador de esa Varsovia en la que una mujer es más barata aún que una botella
de vodka – ha sido esa Varsovia la que me ha creado a mí. ¿Quién y con qué
derecho puede obligarme a callar todo esto?”
Poco después, todavía en 1958,
Hlasko aterrizó en París, en teoría como receptor de una beca de la Unión de
Escritores Polacos, pero la realidad es que nunca logró regresar a Polonia.
“Tenía veinticuatro años y ocho
dólares; era el autor de un libro de cuentos publicado y de otros dos libros
que no querían publicar… Aquellos que decidieron enterrarme como auténticos
cavatumbas profesionales eran treinta años mayores que yo… Al aterrizar en el
aeropuerto de Orly pensé que volvería a Varsovia como mucho en un año. Hoy sé
que jamás volveré, pero también sé que nada me gustaría más que estar
equivocado al escribir estas palabras.”
No se equivocó, pero lo que no
sabía era que su momento de máximo apogeo ya había pasado, ni que la segunda
parte de su vida (fuera de Polonia) sería tan turbulenta, caótica y breve. Fue
un periodo de once años que le llevaron de París a Jerusalén, Hollywood, Suiza,
Italia y Alemania, donde murió en circunstancias aún sin aclarar en Wiesbaden
el 13 de junio de 1969. Once años de viajes, mujeres, alcohol, hoteles y mucha
literatura que rezuma verdad, como si los temas literarios que escoge hubieran
sido siempre antes verificados por sus propias experiencias. Obras como Matando al segundo perro, El próximo en el paraíso, El primer paso en las nubes o El octavo día de la semana hablan de un
autor apasionado que desborda talento e imaginación y que nunca se dejó atar,
por nada ni por nadie, ni siquiera por la Literatura.